jueves, 31 de marzo de 2011

Las mujeres en las guerras de los hombres

Iman Al Obaid, es la mujer que irrumpió el pasado 26 de marzo en el hotel de los corresponsales extranjeros en Trípoli para denunciar que había sido violada por 15 soldados leales a Muamar Gadafi.
El pasado martes, el portavoz del Gobierno, Musa Ibrahim, anunció que "los chicos" que habían sido acusados por ella de violación habían presentado una querella criminal contra Al Obaidi. "Es un grave delito acusar a alguien de un crimen sexual", declaró el portavoz, quien definió a la mujer como una "borracha" y una "trastornada mental". Paradójicamente, resulta que Iman Al Obaid, es licenciada en Derecho.
Iman Al Obaid desde que el pasado 26 de marzo denunció ante los periodistas internacionales que había sido violada por varios soldados libios, esta desaparecida de hecho. El caso de Iman al Obaidi podría afectar a otras mujeres que puedan haber sido víctimas de violación o de otros actos de violencia sexual, pero que con este precedente, tendrán miedo a presentarse y denunciar lo que les han hecho.
La irrupción de Imán en el hotel de los periodistas en Tripoli, por si no la recordais:
http://www.youtube.com/watch?v=pE5hZ-deZAY

Dejo aquí transcrito un espeluznante relato que no pertenece a ésta guerra, sino que pertenece a la Segunda Guerra Chino-Japonesa que transcurrió entre los años 1937 y 1945, en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Pero que puede servir para ejemplificar de manera escalofriante lo que le ha pasado a Iman Al Obaid, y a muchas otras mujeres que en muchas otras guerras Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Ruanda, Sudáfrica, China, Libia, Túnez, … han sido víctimas y siguen siendo víctimas de los soldados despiadados de cualquier régimen.

Es duro, muy duro, solo leerlo produce dolor…

Desde nuestro escondrijo, oímos cómo la puerta de la cabaña se abre de una patada, pisadas de botas, fuertes voces militares, y, al poco a mama suplicando y negociando con los soldados. Luego se abre la puerta del cuarto donde estamos nosotras. La luz de un farol ilumina los extremos de nuestro escondite. Mama suelta un estridente grito; la puerta se cierra y la luz desaparece.
Oímos gruñidos y risas, pero no volvemos a oír a nuestra madre. ¿La habrán matado? Si es así, ahora los soldados entrarán aquí. Debo hacer algo para darle una oportunidad a mi hermana. Suelto las cosas que mama me ha puesto en la mano y me deslizo hacia fuera. - No, no salgas, no me dejes sola-
Doy un tirón con el brazo y ella me suelta. Sin hacer ruido, salgo despacio de detrás de las tablas. Voy hacia la puerta sin vacilar, la abro, accedo a la habitación principal y cierro detrás de mí.
Mamá está en el suelo, con un hombre encima. Hay una docena de soldados con uniforme amarillo, botas de cuero y fusil colgado del hombro; están de pie, mirando y esperando su turno.
Al verme, mama deja escapar un gemido.
- Me has prometido que no te moverías - Su débil voz denota dolor y tristeza- . Mi obligación era salvaros.
El bandido enano que está encima de ella le da una bofetada. Unas fuertes manos me agarran y me zarandean. ¿Quién me tendrá primero? ¿El más fuerte? De pronto, el soldado que está sobre mi madre deja de hacer lo que está haciendo, se sube los pantalones y aparta a los otros para cogerme.
- Les he dicho que estaba sola - murmura mama, desesperada.
Pese a la gravedad del momento, conservo la calma, no sé como.
- No te entienden - digo con frialdad, sin inmutarme como sino tuviera miedo.
Alguien me empuja. Un par de soldados van hacia mama y la golpean en la cabeza y los hombros. Nos gritan. Quizá no quieran que hablemos, pero no estoy segura.
Hay momentos en que me alejo volando, en que abandono mi cuerpo, la habitación, la tierra, y vuelo por el cielo nocturno en busca de personas y lugares que quiero.
Mi madre está destrozada, pero ni su sangre si sus gritos detienen a los soldados. Los gritos de mi madre son como los de un animal que experimenta un dolor inimaginable.
 Cierro los ojos y procuro no pensar en lo que están haciendo los soldados, pero mis dientes se mueren por morder al hombre que tengo encima. Noto un desgarro muy distinto al de mi noche de bodas, mucho peor, mucho más doloroso, como si me estuvieran abriendo las entrañas.
En varias ocasiones abro los ojos -cuando mi madre chilla más fuerte- y veo lo que es están haciendo. Mama, mama, mama! quiero gritar pero me contengo. Estiro el brazo y le cojo una mano a mama. ¿Cómo describir la mirada que intercambiamos? Somos una madre y una hija a las que están violando repetidamente, quizá hasta la muerte. En sus ojos diviso mi nacimiento, las interminables penalidades del amor materno, una ausencia total de esperanza; y en algún lugar muy profundo, más allá de esos ojos vidriosos, una fiereza que jamás había visto.
No paro de rezar en silencio para que mi hermana permanezca escondida y no haga el menor ruido; porque si hay algo que no soportaría es que ella estuviese en esta habitación con éstos ... hombre. Al cabo de poco rato dejo de oír a mama. Ya no sé dónde estoy ni qué me está pasando. Lo único que siento es dolor.
La puerta de la cabaña se abre con un chirrido, y oigo más botas sobre el suelo de tierra apisonada. Lo que está ocurriendo es horrible, pero éste es el peor momento, porque comprendo que todavía no ha terminado. Pero me equivoco. Una voz - enfadada, autoritaria y áspera - grita a los soldados, que se levantan precipitadamente, me quedo quieta esperando que me den por muerta. La voz grita órdenes y se van.
Extracto del Libro de Lisa Lee ” Dos chicas de Shangai”.

La madre de Pearl, que así se llama ella muere, y su hermana no fue encontrada por los soldados japoneses.
Nereida Edo
Presidenta d'AFIG

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